miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cómo los blancos ayudaron a los negros a avanzar...espera, ¿qué?: El Mayordomo, de Lee Daniels

Antonio Gramsci, marxista hasta sus últimas consecuencias, escribió que todos los hombres son filósofos. Quería expresar con ello que todo ser humano posee una visión particular del mundo y que, y he ahí lo importante, debemos luchar por implementarla, por cambiar las condiciones materiales de nuestro entorno. Llevaba ya Gramsci unos cuantos años muerto cuando, en la década de los 50, los afroamericanos, después décadas de sufrir aquel funesto ‘separate but equal’, se movilizaron para erradicar la segregación y la profunda violencia institucional y física que sufrían, en lo que pasó a llamarse Civil Right Movement. Historiadores, politólogos, culturalistas y artistas de todo tipo se han centrado desde tantos ángulos que se ha convertido un tema difícilmente sintetizable: lucha por la decencia humana, proyecto de clase, luchas intestinas sobre cómo articular dicho proyecto, inestabilidad social sin parangón… Una época en la que, como rezaba la frase publicitaria de la genial Arde Mississippi, 'America was in a war...with itself' lidiando con sus propias contradicciones como sistema, con una constitución construida en torno al mantra liberal de que todo los hombres tienen derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y que amparaba, simultáneamente, la marginalización y criminalización sistemática de los negros, despojados de todas las ventajas materiales de su homólogo blanco. Vivían, como decía Malcom X, la pesadilla, y no el sueño americano. 

La mejor y más precisa definición que yo haya escuchado nunca sobre el Movimiento de Derechos Civiles en Estados Unidos se la escuché a una profesora en la uni, Justine Tally, una eminencia en literatura y cultura afroamericanas y una profesora extraordinaria. Decía que todos los logros sociales del MDC se consiguieron from the bottom y sin ningún tipo de ayuda desde arriba. El poder estatal y federal sólo reaccionó al ver una realidad total y absolutamente inmanejable. Si los negros consiguieron minimizar la segregación, es decir, cuando éstos lograron cambiar las condiciones materiales de su mundo, cuando se hicieron filósofos, como postulaba Gramsci, no fue por apoyo gubernamental, sino por haberse movilizado de manera frontal, desbordante y sin precedentes para dar voz a las barbaridades sufridas históricamente. Sólo cuando el MDC estampó esa vergüenza histórica en la cara de los sucesivos gobiernos y en la opinión pública, cuando hizo patente, a través de la desobediencia civil, que un modelo segregacionista y parcial era insostenible, cuando se evidenció que, o se alteraban inmediatamente ciertas prácticas arraigadas en la nación, o ésta entraba en colapso, fue ahí y sólo ahí cuando abrió la mano el poder y se permitieron ciertas conquistas sociales. La desobediencia civil ha resurgido en el escenario europeo-americano como herramienta para reclamar cosas que la crisis financiera está cercenando. Déjenme hacer una pequeña analogía, puesto que para entender la cobardía y el conformismo de El Mayordomo, me parece necesario traer el tema al presente. Movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y asociaciones similares, mediante la revuelta social pacífica, han conseguido minimizar el impacto de la violencia del estado, forzando a los poderes gubernamentales a cambiarUn cambio arriba porque, from the bottom, se ha removido cielo y tierra (manifestaciones de todo tipo, asambleas, apelaciones a la UE…)  para que eso suceda. Imaginen una hipotética película sobre la lucha social de gente como Ada Colau, Mohammed Aziz, o Juan José Bueno Planas. Imaginen, ahora, que en esa hipotética película se presente la consecución de esos logros sociales como un trabajo bidireccional, a dos bandas entre los activistas que luchan desde abajo y los de arriba, que reconocen esa sufrida labor from the bottom y, en conjunción, gracias al esfuerzo de la base y el compromiso de las élites, se obtiene la mejora del estatus social de los damnificados. Veríamos alguna escena con los jefazos del FMI o de la Comisión Europea que, en un momento de epifanía, abren vías de regeneración, de cambio. Esto es exactamente lo que hace El Mayordomo con el Civil Right Movement. Toda construcción narrativa elije, y por ende, descarta trozos de una historia para confeccionar un trama. Lo que en El Mayordomo se escoge y se descarta es muy elocuente.  Sin decir monstruosidades abiertamente, sin caer en el esperpento de abortos como La Dama de Hierro, la película mira a la historia seleccionando lo más potito, lo más presentable, lo que menos moleste. 

La película se abre con una representación cruda, tanto física como emocionalmente, de la tragedia de ser afroamericano y vivir en el sur profundo en plenos años 30. Es ahí, y sólo ahí, donde veremos que la película trata con frontalidad y sin paños calientes su temática. Pero criticar una sociedad ultra-racista, brutalizada y viciosa como era sur de Estados Unidos de entreguerras es como criticar a Crepúsculo, a Ana Botella, o Justin Bieber: es extremadamente fácil. Y la parcialidad y tibieza de la película comienza en ese preciso momento: no continúa con ese compromiso crítico cuando la acción se traslada a Washington.

El primer presidente que conocemos es Dwight Eisenhower, al que Robin Williams presta sus gestos de abuelete cándido. Eisenhower era un señor que provenía del lobby militar, general condecorado durante la Segunda Guerra Mundial. Un estamento el militar que, aunque en proceso de desegregación durante los años 50, mantuvo hasta el final de la guerra la orden de separar la sangre de los soldados según su raza, no vaya a ser que se le hiciese una transfusión a un blanco con sangre afroamericana. No se le debe exigir a la película mencionar esto, porque tampoco viene al caso, pero sí que contextualice las medias verdades que expone. Eisenhower se encontró con una población afroamericana organizada, concienciada y contestataria, cansada de seguir siendo humillada y privada de las ventajas de vivir en un país extremadamente afluente como lo fue Estados Unidos hasta la década de los 70 (donde entró en una crisis económica que tardaría más de una década en subsanar). Y lo que era más problemático para un gobierno: tenía que lidiar con un grupo de población dispuesto a sangrar y morir por revertir su penosa situación. De nuevo, una desestabilización brutal, from the bottom, fuerza a los poderosos a moverse. Caracterizar a Eisenhower como el primer hombre blanco que se jugó el cuello por los negros (cito textualmente al protagonista de la película), porque mandó tropas al Sur para evitar una sangría, cuando a lo largo de sus dos legislaturas no propuso ninguna ley propia para promover los Derechos Civiles, cuando dispuso de ocho años para comenzar a reconducir la situación social…no mencionar eso, pero sí mostrarle pintando un cuadro y preguntándole a su mayordomo negro que si tiene hijos, se llama felación histórica. Y claro, nos la cuela, porque la película, gracias al ángulo desde el que se narra, es lo suficientemente hábil como para hacer de la manipulación emocional un arma para vendernos un discurso cagueta y acrítico, y lo más importante, casi imperceptible. Con dos  de las figuras más complejas de la política estadounidense del siglo XX la película pone el piloto automático: John F. Kennedy era un santo y un mártir (era integracionista vale, pero su prioridad no era el pueblo negro, al cual siguió privando de los subsidios de vivienda de los que disfrutaban los blancos, y del que pasó olímpicamente en los estados sureños); y, claro, Richard Nixon era un loco paranoico. FIN (después de ver a un cineasta de verdad como Oliver Stone narrar la obra política de Nixon en su película homónima, lo que se ve en la peli de Daniels es de puto parvulario). En medio otra buena dosis de caricatura simplona (y graciosa, para qué nos vamos engañar) de otro tipo complejo y difícil como Lyndon B. Johnson, y, seguidamente, una de las partes más sangrantes en el discurso de la película, el masaje tonificante que le dan a Ronald Reagan.  

Ronald Reagan: figura vehiculadora del neoconservadurismo y auténtico unificador de la derecha americana, uno de los padres de la actual crisis. Un orador apabullante, cristiano devoto y ultrapatriótico. Para empezar, desmontó el pseudo-estado del bienestar que algunos gobiernos previos habían comenzado a construir, cuyas bases fundamentales eran, qué casualidad, logros sociales conseguidos por el MDC (por ejemplo: diversas ayudas a los barrios empobrecidos donde los negros habían sido arrinconados en el diseño urbano y a las familias que allí (mal)vivían). Los resultados de sus políticas ya se empezaron a registrar en finales de los 80, como apunta Mike Davis en Prisoners of the American Dream:    
'Black America has been savaged by a new immiseration. Nearly half of all Black children are growing up in poverty, and in the upswing of the Reagan 'recovery', the Black unemployment rate, which histori­cally has been double the white rate, is now three times higher'
El discurso social y cultural de Reagan, del que la derecha española se ha surtido en fondo y forma, pregonaba que el estado ha de minimizarse, que las ayudas sociales apalancan y no estimulan al individuo, y que la intervención económica del aparato estatal en educación o sanidad mejor dejárselas al mercado financiero. Fue este mensaje reganiano el que creó el mito cultural del afroamericano como un parásito del sistema, siempre dispuesto a pillar cacho de las prestaciones sociales (algo que explica genialmente Bill Maher (1:50). Lo peor de todo no es que El Mayordomo diga de pasada que Reagan no apoyó el Movimiento de Derechos Civiles (algo que cualquier persona mínimamente interesada en la historia de Estados Unidos sabe). En su estilo (decir las partes negativas a susurros y lo bueno y enaltecedor a todo trapo), lo verdaderamente grave y significativo es que introduzca escenas de Reagan/Alan Rickman pensando en voz alta si está obrando bien con los negros, ayudando al protagonista a medrar, o a su mujer toda colega invitándole a una cena oficial. Un señor ultrareligioso, proveniente del lobby neoconservador, amigo en los años 60 de la casta política sureña que defendió la segregación hasta el último segundo… ¿ese señor tenía reparos morales con sus políticas y el impacto para con los negros? Claro que sí hombre.

Que al final la película pinte un mundo el que poco menos que no existe el racismo no sorprende dada la falta de honestidad y espíritu crítico que vertebran todo lo anterior. Por ello, cuando la película alega, en sus últimas líneas, que está dedicada a los hombres y mujeres del MDC, uno se da cuenta de la desfachatez a la que puede llegar Hollywood para pasar por el filtro de los tópicos, las edulcoraciones y la falta de huevos el sufrimiento de tantas generaciones oprimidas por la sinrazón del racismo.

Ni es la primera, ni será la última.   

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