Antonio Gramsci, marxista hasta sus últimas
consecuencias, escribió que todos los hombres son filósofos. Quería expresar
con ello que todo ser humano posee una visión particular del mundo y que, y he
ahí lo importante, debemos luchar por implementarla, por cambiar las
condiciones materiales de nuestro entorno. Llevaba ya Gramsci unos cuantos años
muerto cuando, en la década de los 50, los afroamericanos, después décadas de
sufrir aquel funesto ‘separate but equal’, se movilizaron para erradicar la
segregación y la profunda violencia institucional y física que sufrían, en lo
que pasó a llamarse Civil Right Movement.
Historiadores, politólogos, culturalistas y artistas de todo tipo se han
centrado desde tantos ángulos que se ha convertido un tema difícilmente
sintetizable: lucha por la decencia humana, proyecto de clase, luchas
intestinas sobre cómo articular dicho proyecto, inestabilidad social sin
parangón… Una época en la que, como rezaba la frase publicitaria de la genial Arde Mississippi, 'America was in a war...with itself'
lidiando con sus propias contradicciones como sistema, con una constitución construida
en torno al mantra liberal de que todo los hombres tienen derecho a la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad y que amparaba, simultáneamente, la marginalización
y criminalización sistemática de los negros, despojados de todas las ventajas
materiales de su homólogo blanco. Vivían, como decía Malcom X, la pesadilla, y
no el sueño americano.
La mejor y más precisa definición
que yo haya escuchado nunca sobre el Movimiento de Derechos Civiles en Estados
Unidos se la escuché a una profesora en la uni, Justine Tally, una eminencia en
literatura y cultura afroamericanas y una profesora extraordinaria. Decía que
todos los logros sociales del MDC se consiguieron from the bottom y sin ningún tipo de ayuda desde arriba. El poder
estatal y federal sólo reaccionó al ver una realidad total y absolutamente
inmanejable. Si los negros consiguieron minimizar la segregación, es decir,
cuando éstos lograron cambiar las condiciones materiales de su mundo, cuando se
hicieron filósofos, como postulaba Gramsci, no fue por apoyo gubernamental, sino
por haberse movilizado de manera frontal, desbordante y sin precedentes para
dar voz a las barbaridades sufridas históricamente. Sólo cuando el MDC estampó
esa vergüenza histórica en la cara de los sucesivos gobiernos y en la opinión
pública, cuando hizo patente, a través de la desobediencia civil, que un modelo
segregacionista y parcial era insostenible, cuando se evidenció que, o se
alteraban inmediatamente ciertas prácticas arraigadas en la nación, o ésta
entraba en colapso, fue ahí y sólo ahí cuando abrió la mano el poder y se
permitieron ciertas conquistas sociales. La
desobediencia civil ha resurgido en el escenario europeo-americano como
herramienta para reclamar cosas que la crisis financiera está cercenando. Déjenme
hacer una pequeña analogía, puesto que para entender la cobardía y el
conformismo de El Mayordomo, me
parece necesario traer el tema al presente. Movimientos como la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca y asociaciones similares, mediante la revuelta social
pacífica, han conseguido minimizar el impacto de la violencia del estado, forzando
a los poderes gubernamentales a cambiar. Un cambio arriba porque, from the bottom,
se ha removido cielo y tierra (manifestaciones de todo tipo, asambleas, apelaciones
a la UE…) para que eso suceda. Imaginen
una hipotética película sobre la lucha social de gente como Ada Colau, Mohammed Aziz, o Juan José Bueno Planas. Imaginen, ahora, que en esa hipotética película se presente la consecución de
esos logros sociales como un trabajo bidireccional, a dos bandas entre los activistas que luchan desde abajo y
los de arriba, que reconocen esa sufrida labor from the bottom y, en conjunción, gracias al esfuerzo de la base y
el compromiso de las élites, se obtiene la mejora del estatus social de los
damnificados. Veríamos alguna escena con los jefazos del FMI o de la Comisión
Europea que, en un momento de epifanía, abren vías de regeneración, de cambio. Esto
es exactamente lo que hace El Mayordomo
con el Civil Right Movement. Toda
construcción narrativa elije, y por ende, descarta trozos de una historia para
confeccionar un trama. Lo que en El
Mayordomo se escoge y se descarta es muy elocuente. Sin decir monstruosidades abiertamente, sin
caer en el esperpento de abortos como La
Dama de Hierro, la película mira a la historia seleccionando lo más potito,
lo más presentable, lo que menos moleste.
La
película se abre con una representación cruda, tanto física como emocionalmente,
de la tragedia de ser afroamericano y vivir en el sur profundo en plenos años
30. Es ahí, y sólo ahí, donde veremos que la película trata con frontalidad y
sin paños calientes su temática. Pero criticar una sociedad ultra-racista,
brutalizada y viciosa como era sur de Estados Unidos de entreguerras es como
criticar a Crepúsculo, a Ana Botella, o Justin Bieber: es extremadamente fácil.
Y la parcialidad y tibieza de la película comienza en ese preciso momento: no
continúa con ese compromiso crítico cuando la acción se traslada a Washington.
El primer presidente que
conocemos es Dwight Eisenhower, al que Robin Williams presta sus gestos de
abuelete cándido. Eisenhower era un señor que provenía del lobby militar,
general condecorado durante la Segunda Guerra Mundial. Un estamento el militar
que, aunque en proceso de desegregación durante los años 50, mantuvo hasta el
final de la guerra la orden de separar la sangre de los soldados según su raza,
no vaya a ser que se le hiciese una transfusión a un blanco con sangre
afroamericana. No se le debe exigir a la película mencionar esto, porque
tampoco viene al caso, pero sí que contextualice las medias verdades que
expone. Eisenhower se encontró con una
población afroamericana organizada, concienciada y contestataria, cansada de
seguir siendo humillada y privada de las ventajas de vivir en un país
extremadamente afluente como lo fue Estados Unidos hasta la década de los 70
(donde entró en una crisis económica que tardaría más de una década en subsanar).
Y lo que era más problemático para un gobierno: tenía que lidiar con un grupo
de población dispuesto a sangrar y morir por revertir su penosa situación. De
nuevo, una desestabilización brutal, from
the bottom, fuerza a los poderosos a moverse. Caracterizar a Eisenhower
como el primer hombre blanco que se jugó el cuello por los negros (cito
textualmente al protagonista de la película), porque mandó tropas al Sur para evitar
una sangría, cuando a lo largo de sus dos legislaturas no propuso ninguna ley propia para promover los Derechos Civiles,
cuando dispuso de ocho años para comenzar a reconducir la situación social…no
mencionar eso, pero sí mostrarle pintando un cuadro y preguntándole a su
mayordomo negro que si tiene hijos, se llama felación histórica. Y claro, nos
la cuela, porque la película, gracias al ángulo desde el que se narra, es lo
suficientemente hábil como para hacer de la manipulación emocional un arma para
vendernos un discurso cagueta y acrítico, y lo más importante, casi
imperceptible. Con dos de las figuras
más complejas de la política estadounidense del siglo XX la película pone el
piloto automático: John F. Kennedy era un santo y un mártir (era
integracionista vale, pero su prioridad no era el pueblo negro, al cual siguió
privando de los subsidios de vivienda de los que disfrutaban los blancos, y del que pasó
olímpicamente en los estados sureños); y, claro, Richard Nixon era un loco paranoico. FIN (después de ver a un cineasta de verdad como Oliver Stone narrar la obra
política de Nixon en su película homónima, lo que se ve en la peli de Daniels es de puto
parvulario). En medio otra buena dosis de caricatura simplona (y graciosa, para
qué nos vamos engañar) de otro tipo complejo y difícil como Lyndon B. Johnson,
y, seguidamente, una de las partes más sangrantes en el discurso de la película, el masaje tonificante que le dan a Ronald Reagan.
Ronald Reagan: figura vehiculadora
del neoconservadurismo y auténtico unificador de la derecha americana, uno de
los padres de la actual crisis. Un orador apabullante, cristiano devoto y
ultrapatriótico. Para empezar, desmontó el pseudo-estado del bienestar que
algunos gobiernos previos habían comenzado a construir, cuyas bases fundamentales eran,
qué casualidad, logros sociales conseguidos por el MDC (por ejemplo: diversas ayudas a los barrios empobrecidos donde los
negros habían sido arrinconados en el diseño urbano y a las familias que allí
(mal)vivían). Los resultados de sus políticas ya se empezaron a registrar en finales
de los 80, como apunta Mike Davis en Prisoners
of the American Dream:
'Black America has been savaged by a new immiseration. Nearly half of all Black children are growing up in poverty, and in the upswing of the Reagan 'recovery', the Black unemployment rate, which historically has been double the white rate, is now three times higher'
El discurso social y cultural de
Reagan, del que la derecha española se ha surtido en fondo y forma, pregonaba
que el estado ha de minimizarse, que las ayudas sociales apalancan y no estimulan
al individuo, y que la intervención económica del aparato estatal en educación
o sanidad mejor dejárselas al mercado financiero. Fue este mensaje reganiano el
que creó el mito cultural del afroamericano como un parásito del sistema,
siempre dispuesto a pillar cacho de las prestaciones sociales (algo que explica genialmente Bill Maher (1:50). Lo peor de todo no es que El Mayordomo
diga de pasada que Reagan no apoyó el Movimiento de Derechos Civiles
(algo que cualquier persona mínimamente interesada en la historia de Estados
Unidos sabe). En su estilo (decir las partes negativas a susurros y lo bueno y
enaltecedor a todo trapo), lo verdaderamente grave y significativo es que
introduzca escenas de Reagan/Alan Rickman pensando en voz alta si está obrando
bien con los negros, ayudando al protagonista a medrar, o a su mujer toda
colega invitándole a una cena oficial. Un señor ultrareligioso, proveniente del
lobby neoconservador, amigo en los años 60 de la casta política sureña que
defendió la segregación hasta el último segundo… ¿ese señor tenía reparos morales
con sus políticas y el impacto para con los negros? Claro que sí hombre.
Que al final la película pinte un
mundo el que poco menos que no existe el racismo no sorprende dada la falta de
honestidad y espíritu crítico que vertebran todo lo anterior. Por ello, cuando
la película alega, en sus últimas líneas, que está dedicada a los hombres y
mujeres del MDC, uno se da cuenta de la desfachatez a la que puede llegar
Hollywood para pasar por el filtro de los tópicos, las edulcoraciones y la
falta de huevos el sufrimiento de tantas generaciones oprimidas por la sinrazón
del racismo.
Ni es la primera, ni será la última.
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